El 10 de noviembre de 1994, la Orden Libanesa Maronita y los maronitas
celebraron el tercer centenario de su fundación. Para esta ocasión, se
organizaron, en todo el país, festividades oficiales y populares, religiosas,
espirituales, artísticas, intelectuales y sociales, de las que se hicieron
muchas publicaciones.
La noche de este 10 de noviembre, como era su costumbre, El señor Raimundo Nader,
un joven casado, rezaba, a la intemperie, delante del eremitorio de San Chárbel.
Esa noche fue diferente de todas las otras noches. La experiencia particular que
allí vivió y que le hizo descubrir el amor de Dios, en su providencia, va a
transformar completamente su vida. Ésta es su historia:
“Estaba orando, igual que lo hago desde hace muchos años, delante del
No sabría decir si estaba de pie, sentado o en otra posición. Lo que sí sé era
que estaba en presencia de un ser supremo, irradiado de luz. Me sentí envuelto
en un amor de inmensa ternura y, a la vez, en contacto con todo el universo,
como si yo fuera uno solo con el cosmos.
Me sentí empeñado en una especie de diálogo extraordinario con esta persona
luminosa, de una manera extraña, pues me hablaba sin palabras, sin sonidos, pero
más elocuente que toda lengua. Se dirigía directamente a mi alma y a mi corazón,
sin que los oídos oyeran ni captaran mis sentidos, como si fueran palabras
vanas.
Me dije: “Estoy soñando”. La persona me respondió haciéndome comprender, sin
equívocos, que yo no soñaba. Pensé que yo estaba inconsciente. De la misma
manera, precisa y maravillosa, me explicó que yo estaba, en este momento, en el
punto culminante de vigilia, como jamás lo estuviera en toda mi existencia.
Yo me preguntaba dónde estaba, qué era esa luz, quién era el que me hablaba. Era
presa de un sentimiento de plenitud y de quietud, de una intensidad tal que mi
felicidad no tenía límites.
Mi serenidad era perfecta, bañada por un amor transparente que superaba millones
de veces todo lo que se encuentra en los corazones de todos los humanos: un amor
fuerte y grandioso, que no se puede comparar con el de los hombres. Esto era
otra cosa: un amor divino que sólo esta luz podría comunicar.
Cuando se apoderó de mí este sentimiento maravilloso y que yo me fundí en él, oí
que me dijo: “Soy yo”. Tuve la impresión de conocerlo siempre, desde mi
nacimiento o, tal vez, desde antes. Me pareció que él me conocía perfectamente,
desde que me formé en el seno de mi madre, y aún antes de que fuera formado,
como si conociera mejor que yo mismo todas las partículas de mi cuerpo, las que
se encuentran en las células de mi cerebro, los pensamientos de mi alma y las
emociones de mi corazón. Sentí que estaba desnudo ante esa luz y que me
transportaba de una parte a la otra. Nada se le escapaba de mí. Sentía que se
infiltraba por todos los poros de mi ser.
Me preguntaba cómo podría hacer para que esta luz se quedara en mí para siempre
y que yo me fundiera en ella. Y si ella desapareciera, pues que me llevara
consigo. La luz me contestó, a su manera, como diciéndome: “Yo estoy siempre
aquí y en todo lugar: No voy a ninguna parte. Estoy siempre en el tiempo y fuera
del tiempo, en el espacio y fuera de él”.
Esta experiencia se repitió 22 veces hasta el día de hoy. Y cada vez, el
Señor Raimundo Nader recibía un mensaje del que gran parte publicamos aquí.
Faltan seis mensajes que aún quedan inéditos:
1-Cristo es la verdad del
amor encarnado
“Desde antes de los tiempo existía el amor. Por él todo fue creado desde toda la
eternidad. Sin él nada existiría. Desde el principio, el amor es el fundamento
del universo, la ley y el término de toda cosa. Nada subsiste, todo perece sin
el amor. Dios es amor y verdad. Dios es el verdadero amor. El mundo de Dios es
el Amor, el de la verdad. No hay verdad fuera del amor. El hombre no se realiza
sino a través del amor. No conocerá la verdad sino en Dios. Le pertenece a Dios
porque es hijo del amor, hijo de Dios, y su verdadera patria es Dios.
Hay un camino que conduce al mundo de Dios. Cristo es el camino. Él es la verdad
encarnada. Él es la manifestación de la verdad, de la vida. Todo hombre está
llamado a transitar por ese camino mientras dure su viaje desde este mundo al
del más allá. Igual que por el viaje por este mundo, el hombre debe proveerse.
Pero la provisión y el arma serán sólo el amor. Pero este amor tiene que abarcar
gratuitamente a todos los hombres, sin condiciones y sin límites. Es así como
Dios lo ama. Ámense, pues, mutuamente en este amor que es el amor de Dios.
Olvidado de sí mismo, el hombre no puede ofrecer este amor. Lo obtiene de Dios
en Jesucristo por el Espíritu. Para esto tiene que orar. Sólo por la oración se
adquiere el amor de Dios Padre, fuente del amor; del Dios Hijo, Jesucristo, amor
encarnado; de Dios Espíritu, Espíritu de amor. Oren, pues, para alcanzar este
amor, a fin de amar gratuitamente a todos los hombres, sin límites ni
condiciones, como Dios los amó a ustedes. Serán, entonces, los hijos de Dios. El
hombre nació del corazón de Dios y tornará a ese corazón.
2- Cumplan
el propósito para e quel fueron creados
¿Por qué descienden los hombres siendo que el amor del Señor es un ascenso?
Las gentes soportan fardos pesados que les curvan las espaldas hasta hacer que
sus frentes toquen el suelo. Les impiden enderezarse y elevar la cabeza para ver
la faz de Dios. Tratan de liberarse. Cada uno se deshace de ella para cargar
otras por el mismo estilo que, a la postre, lo sujetan con cargas más pesadas
aún.
Sólo Cristo puede aliviar a los hombres de su carga. Un esclavo no puede liberar
a otro esclavo. El hombre nace atado a cadenas y coyundas y queda maniatado a
ellas a lo largo de la vida. Son muchos los que mueren sin poder zafarse de
ellas.
La gente se acostumbra a sus cadenas, y las acarician como si fueran partes
integrantes de sus vidas; no importa que se les haga difícil zafarse de ellas El
brillo de las cadenas les enceguece los ojos para que no vean más la faz del
Señor. El jaleo ensordecedor no les deja oír su voz. Están tan gozosos de su
brillo, de sus trabas y sus estruendos que se enamoran de ellos. Mucho le
brillan sus cadenas, tanto que no les parecen esclavizantes. En vez de sacarles
brillo, destrúyanlas; en vez de hacer de ellas músicas sonoras, desátenlas para
que queden libres.
El Señor sufre de ver las gentes, pues por ellas se hizo hombre, murió y
resucitó, a fin de darles vida y la felicidad eterna. Encadenados, buscan la
felicidad allí donde no se encuentra.
Su felicidad en este mundo, no es de este mundo; pues si de este mundo fuera, en
él se quedarían.
Su felicidad no reside en la materia, pues ésta no la puede dar. ¿Por qué los
hombres corren en busca del oreo? ¡Bien vale más el hombre que el oro! Es hijo
de Dios y su valor está en sí mismo. El oro no libera al hombre de sus cadenas;
sólo lo hace brillar un poco más.
Su felicidad no viene del hombre, pues éste no la posee, y nadie da de lo que no
tiene.
Solamente Jesús puede dar la verdadera felicidad. Los hombres sólo viven entre
el asfalto y el cemento. Sus almas se han vuelto como el asfalto, y sus
corazones endurecidos como el cemento. De sus mentes no manan sino ideas de
sombras, y sus almas están vacías de todo amor. Los hombres están hechos a la
imagen de una materia inerte y sin vida; algunos se parecen a las rocas que se
mueven emanando olores a pecado. Altivos como son, se empeñan en procurar la
felicidad en el pecado que, a la postre, no les da más que angustia, tristeza y
miseria de la vida. Se han vuelto orgullosos frente a ellos mismos, unos contra
otros y en contra del Señor. ¿Es que no saben que el Señor puede pulverizarlos
al guiño de un ojo? Pero grande es el amor de nuestro Dios. Él ama a los hombres
con amor infinito porque ellos son sus hijos e hijas. Él ha querido que sean luz
del mundo, a imagen suya.
Todo hombre es una luz creada por nuestro Señor para iluminar el mundo. Es una
lámpara hecha para alumbrar y dar luz. El que sostiene una lámpara es para
esclarecer la oscuridad. La lámpara está hecha para alumbrar en la oscuridad.
Pero las lámparas, los hombres, no se interesan sino por las apariencias: pintan
sus vasos y los llenan de adornos, siendo que Dios los creó transparentes y
delgados para propagar la luz. Pero se volvieron gruesos y oscuros para
disimular la luz; y el mundo quedó sumergido en las tinieblas. Las lámparas que
nuestro Señor hizo para portar la luz al mundo se transformaron en obras de
arte, adornadas y coloreadas, pero sin luz. ¿Para qué sirve una lámpara que no
alumbra la oscuridad? Una lámpara en la oscuridad no se ve si no ilumina.
No importa cuán hermosa sea una lámpara, pues su luz es mucho más bella. El
mundo se pierde en la oscuridad. Sean ustedes su luz. Vuelvan delgados y
transparentes sus vasos a fin de alumbrar al mundo y realizar la meta para la
que Dios los Creó.
Nuestro Señor ha reservado una meta que cada criatura debe realizar en la vida:
contemplen todas las criaturas de la tierra, y cuiden porque cada una haga con
precisión y honestidad su trabajo. No hay ninguna miserable. La menos estimada
de todas es, ciertamente, más feliz que un hombre que peca. El hombre pecador, a
la hora de la cuenta, se avergonzará ante la grandeza del amor de Dios. Este
amor que creó el universo y que dio la vida es el único tesoro acumulado que
permanecerá para acompañarle en la otra vida. Todos los tesoros de ustedes, todo
su dinero y realizaciones que pensaron serían sus posesiones en este mundo, y
aun sus huesos, no les pertenecerán más. Todo aquel que comparezca vacío de amor
ante el Señor, morirá de vergüenza. Ésa es su muerte verdadera, y no la que
aconteció al entregar su alma.
Si el hombre no se transforma en amor, morirá; pues Dios es amor, un amor
eterno. Dejen llenar de amor sus corazones y que sea la humildad la que gobierne
sus mentes. Oren y conviértanse. Oren a Jesucristo, y Él los escuchará. Ábranle
sus corazones, y Él entrará en ellos para colmarlos de paz. Oren desde lo más
hondo de sus corazones; que no sea mero murmullo y movimiento de labios.
No se cansen buscando la verdad fuera de Cristo. La verdad no existe fuera
de Él. Sólo Cristo es la verdad. Cuando conozcan a Cristo, conocerán la verdad,
y ésta los hará libres. Cristo quiere que sean libres. No tengan miedo; tengan
valor. Sepan que Cristo ha vencido el mundo
3- Su trabajo en este mundo
Cristo es el camino. Sean firmes y perseveren caminando por él. No dejen que
nada los desvíe de él. Concedan a cada hermano un pequeño momento. Muéstrenle el
camino; oriéntenlo hacia la luz. Si quiere marchar a su lado, déjenlo que camine
adelante. Si quiere que usted le dé la mano, ofrézcale las dos; si intenta
desviarse del camino o rezagarse, déjelo libre, pues largo es el camino y mucho
el trabajo. Siembren de oraciones la tierra, de incienso y de amor. Siembren en
las rocas porque ellas pueden contener un poco de tierra, capaz de hacer
germinar la semilla. Si hay que triturar la roca, golpéenla sin cejar; si se
quiebra al primer golpe, acabará por partirse cuando le dé cien. Si la dejan,
otros tomarán su puesto, trabajarán y sembrarán. Hay un tiempo para sembrar y un
tiempo para cosechar.
No teman golpear la roca, pues los brazos son suyos. Pero ni la tierra ni el
hacha son suyos. No protesten, no se quejen, no se agiten. Las espigas que se
están trillando para quitarles la paja no se quejan bajo el peso del rastrillo
que golpea porque se está preparando para hacerse alimento y pan.
Tampoco se quejan las uvas cuando se machacan y se exprimen, pues se van a
convertir en el vino que contenta. Sin la cruz no habría ni pan ni vino. El que
quiera volverse pan y vino, debe llevar la cruz. Lleven, pues, la cruz y caminen
hacia la luz.
El hombre en este mundo que quiere pasar de la orilla oscura a la ribera de la
luz eterna, debe atravesar los mares de este mundo a bordo de numerosos barcos:
1-
Los hay muy hermosos, lujosos y confortables. Son los que siguen la indicación
del viento, y su proa se deja gobernar al juguete de las olas. No afrontan ni
los vientos ni las olas, pues no tienen dirección fija ni meta que alcanzar.
Estos barcos atraen la mayor parte de las gentes que no van lejos, pues no les
interesa llegar a buen destino. Ninguna travesía del mar del mundo es eterna. Se
acaba el viaje, y con él terminan los pasajeros de este barco en el fondo de las
aguas, no lejos de la orilla de donde zarparon
2-
Una especie de segundo barco cuyas velas son delgadas y endeble el maderaje, se
hace trizas en alta mar cuando arrecien las olas y la tormenta. Así terminan sus
pasajeros que van a dar en algún lugar del mar profundo.
3-
Y hay un tercer barco de maderas fuertes y de resistentes velas, de seductoras y
bellas formas, pero su piloto ladino conduce a los pasajeros a las orillas de la
muerte. Y todos encuentran la muerte sobre estas riberas letales, sin retorno.
4-
Y también existe el navío del Señor, de maderas finas, de velas muy sólidas,
cuyo piloto está lleno de sabiduría, de valor y de mucho amor. Este bajel
atraviesa los mares profundos, afronta los vientos y las tempestades por
violentaos que ellos sean y atraviesa la alta mar en su largura. No será un
cómodo viaje, pero su arribo será seguro.
Permanezcan firmes en el barco del Señor. No teman las tempestades ni las mareas
altas. No se dejen seducir por los barcos de lujo, ni menos subir a bordo de
ellos porque perderán la meta. Mejor que por el viaje mismo, preocúpense por
llegar al fin. No dejen que la profundidad del mar los seduzca con mágicos
encantos. Estos mares les sirven sólo de travesía, no para vivir en ellos. No
pueden, al mismo tiempo, estar a bordo del buque y en la profundidad del agua.
No se puede estar, a la vez, a bordo de dos navíos.
Sean firmes a bordo del barco del Señor y fortalezcan a sus hermanos en cada
puerto donde arriben. Llamen a las gentes que los acompañan en el viaje y
compartan con ellos cuando lleguen a la meta. Háblenles del piloto y de las
riberas de luz. Pero miren que no sean sus palabras las que inciten a subir a
bordo del buque del Señor, sino, más bien, su confianza, su fe en el piloto y el
gozo que transforma todos sus rostros.
Asegúrense de que el viaje a bordo de este barco los lleve a obtener un rostro
luminoso para continuar viviendo de esa luz y por ella, pues el hombre es una
criatura universal cuyos límites son los de la luz y no una criatura terrena en
los límites de la tierra y el agua. El hombre fue creado de tierra y de luz. El
que viva en la tierra, a la tierra tornará y morirá; pero el que viva en la luz,
a la luz volverá y vivirá. No dejen que la tierra los limite, pues los linderos
de su patria en este mundo se extienden hacia los lugares donde el mar termina y
comienza el cielo, No se dejen esclavizar de la tierra; permanezcan libres. La
libertad consiste en zafarse del pecado; si se liberan del pecado, no hay nada
que los esclavice; pero si son esclavos del pecado, considérense ustedes mismos
como esclavos, aunque porten en la mano el poder real. Permanezcan en gracia y
humildad. Sean verdaderos testigos de Cristo. Devuelvan bien por mal, pero no
tomen el amor como pretexto para huir del enfrentamiento contra el mal. El
labrador no para su trabajo al encontrar las piedras, como una excusa para no
trabajar. No tengan miedo: el mal se destruye a sí mismo.
Comprométanse totalmente con la Iglesia y adhiéranse a sus enseñanzas. Oren
sin cesar. Honren a su madre, la Virgen María, armados de de su rosario, pues su
nombre disipa las tinieblas y erradica el mal. Sean monjes de corazón en este
mundo, aun si no portan el hábito monacal. Llenen la tierra de incienso y de
oración. Sean santos para que santifiquen la tierra. Es largo el camino de la
santidad. No duden de que si el pensamiento de Dios está en sus mentes y su amor
en sus corazones, su fuerza fortalece sus brazos y llegarán a la meta final.
Estén seguros de que cada vez que oren, yo rezo por su santificación. Así, el
nombre del Señor será glorificado.
4- Hay que vencer la debilidad
A cada cerradura, su propia llave. A cada puerta, una cerradura que no abre con
otra llave. La muerte cerró la puerta y el pecado la bloqueó. La cruz es la
llave que libera la cerradura del pecado y el cerrojo de la muerte. La cruz abre
la puerta del cielo y no hay otra llave para ello.
La puerta del cielo se encuentra allí donde se unen el cielo y la tierra, en la
cima del calvario. Es conocida la puerta, palpable y visible. El que tenga sus
dos ojos, la puede ver. Algunos piensan que no tiene cerradura y que se abre con
sólo empujarla. Pero cuando uno se acerca a ella, se da cuenta que tiene una
cerradura que no abre sino con su llave.
La propia llave no la podemos conocer sino cuando la introducimos en el cerrojo.
No más que una sola llave: la cruz de Cristo. No se fatiguen ensayando otras
llaves para abrir las puertas del cielo o querer fabricarla. Muchos son los que
pasan su vida concibiendo sus propias llaves, esperando poder abrir la puerta.
Otros muchos, también, se burlan de la cruz de Cristo. Ante esta puerta, brilla
la claridad y se comprueba cuán falsas son todas las llaves.
Toda su vida es un viaje encaminado hacia esta puerta. Allí se llegará al final
de la peregrinación, con la propia llave en la mano para abrir y entrar. Si no,
se quedarán fuera, sin poder entrar, pues otras llaves son de fabricación.
Quedarán decepcionados. Lleven la cruz de Cristo que ésa es la llave del cielo.
Lleven la cruz de Cristo con gozo, ardor y coraje. No lloren, no se lamenten
cada vez que les vaya mal. Los lloros y los lamentos no van con la historia de
la salvación, lo mismo que la puerta del cielo no se franquea con golpes de
pecho y empujándola con gritos y lamentaciones. Son las lágrimas de conversión
las que hacen la historia de la salvación. Una sola lágrima basta para abrir la
puerta del cielo, la lágrima del arrepentimiento que humedece la mejilla del que
cree con fervor.
Lleven la cruz de Cristo y sigan sus pasos. La Virgen caminará a su lado como lo
hizo con su Hijo. Cuando se sientan heridos, digan: “Por los padecimientos de
Cristo”. Cuando los persigan, los maltraten y los ofendan, digan: “Gloria al
Señor”.
Es preciso vencer su debilidad y no tomarla como pretexto para dejarse llevar.
Si llevan la cruz de Cristo, ningún sufrimiento los doblega, ni abate ninguna
fatiga. Caminen con firmeza, con paciencia y en silencio. Cuando lleguen a la
puerta, comprobarán que el gozo del arribo supera, con mucho, los sufrimientos y
las fatigas del camino.
La felicidad de su llegada a la meta superará el cansancio del camino. El camino
del calvario en este rincón del mundo es largo, y la cruz de Cristo en este
Oriente la llevan ustedes a la espalda. Sus enemigos son numerosos porque ellos
lo son de la cruz. No los tomen como enemigos. Háblenles siempre el lenguaje de
la cruz, aun si se vuelven hostiles por eso. Los meses y los años futuros serán
muy difíciles, muy duros, amargos y tan pesados como la cruz. Sopórtenlos
orando. Que su oración emane de su fe; que su paciencia dé cauce libre a la
esperanza y que la cruz engrandezca su amor.
La violencia regirá toda la tierra. El planeta se herirá con puñales de
odio y de ignorancia. Todos los pueblos que lo habitan se tambalearán bajo el
peso del dolor. El pavor se abatirá sobre la tierra como las grandes
tempestades. La tristeza desbordará en el corazón de cada hombre. Hombres
ignorantes y hostiles llevarán el destino de todos los pueblos, y los
precipitarán en el desespero, en la miseria y en la muerte, a causa del rencor
ciego que ellos llaman “justicia”, y a causa de una lúgubre ignorancia que la
llaman “fe”. El rencor y la ignorancia dominarán los cuatro puntos cardinales.
Resistan y permanezcan firmes en la fe y en el amor. Cambiará la faz de la
tierra pero ustedes conservarán la faz de Cristo. Fronteras, comunidades y
regímenes serán borrados y escritos de nuevo, y pueblos serán exterminados bajo
el poder del hierro y del fuego. Pero ustedes manténganse en un amor sin
límites. Salvaguarden su comunidad eclesial y que su régimen sea el evangelio.
Sean el ancla que salva los barcos de navegar a la deriva. Sea su corazón el
puerto de salvación de todo hombre perdido, desamparado, que pide protección.
Por sus oraciones ustedes pueden hacer llover la misericordia e irrigar la
tierra con su amor. Oren para ablandar los corazones endurecidos, para abrir los
que caminan entre sombras, para olvidar las catástrofes y los horrores. En fin
de cuentas, no tengan miedo: la luz de Cristo se elevará resplandeciente; la
cruz y la Iglesia se iluminarán. Resistan con su fe en Cristo; no tengan miedo;
confíen en el Dios de la resurrección y de la vida. A Él sea la gloria, por
siempre.
5- El centro del universo
Todo el universo gira alrededor de la cruz. Pero el hombre cree que el universo
gira en torno a su persona. La cruz es el centro del universo. Todo el que
quiere estar en el centro del universo debe estar clavado en la cruz. El que no
viva el misterio de la cruz no puede comprender el misterio del universo.
Todo hombre tiene una forma y una entidad en el espacio y en el tiempo. Es como
un trozo de hielo que si uno lo quiere conservar, tiene que preservarlo del
fuego. ¿Para qué sirve este tronco de hielo si quiere conservar su forma y su
esencia? Si no se derrite, no podrá penetrar en la tierra para irrigarla, y los
hombres no podrán apagar su sed. No teman al fuego que los puede derretir para
transformarlos en agua viva que alimente la tierra. Que su amor sea como el agua
que penetra por doquier. No la dejen quedarse como masa sólida, tal como la
tienen ustedes mismos, una forma inexplotable que no irriga ningún lugar.
La sal que no se derrite, es inútil para salar. La sal dañada trastorna el agua
y daña los alimentos. La buena sal se derrite y se confunde con el agua. No le
da a la comida ni forma ni color, pero le da sabor. Ustedes son la sal de la
tierra. Si hacen de su vida una propiedad privada, será vacía. Pero si la dan,
su valor aumentará. Llegará a su plenitud cuando sea propiedad de todos. El pan
es el mismo, sea que esté en la mesa del rico o en la mesa del pobre. El pan
delicioso, acabado de salir del horno, no pregunta quién lo quiere comer. El
hombre bueno es el buen pan. Sin la Cruz, la historia del hombre se vuelve
vacía, efímera. Con la cruz, estará firme y duradera. Es ella la que los
santifica en el tiempo.
Para Dios, el comienzo de la creación y el fin del universo se desarrollan
juntos, en el presente. Si santifican el momento presente de su vida por el
amor, realizarán el misterio de la eternidad. Por el amor, el hombre permanece
eternamente en Dios. Santifiquen el tiempo. Santifiquen su vida por el amor,
santifiquen cada momento de su vida. No dejen que el tiempo los distraiga, pues
ustedes no pueden parar. Sólo pueden estar preparados cuando les llegue su hora.
Quien aleja a Dios de su vida, de su mente y de su corazón, el tiempo lo
apabullará y lo hundirá en la muerte. Eso no significa que Dios no exista. Como
la luz muestra a los ojos que sí existe, así Cristo revela su existencia a la
mente y el corazón.
Sin la luz, el ojo del hombre no ve que existe. Sin Cristo, el hombre no ve la
existencia. Dios creó la materia y estableció el orden de las cosas. Él creó la
mente, puso el espíritu y le dio la vida. Y como está allí por el espíritu que
comprende el orden establecido y realiza la materia por la lógica y el
análisis, está allí lo mismo por el espíritu que realiza el amor de Dios, el
misterio del universo. Vive de la fe de la oración y de la verdadera adoración.
Hay flores que se recogen en primavera para adornar; otras envejecen para dar
nuevas semillas en otoño; y las hay cuyos pétalos son diseminados por el viento
y cuyo perfume se percibe desde lejos hasta llenar la tierra. En cada movimiento
Dios ha manifestado su sabiduría. Rueguen, pues, para comprenderla y vivirla
según su voluntad, no para cambiarla. La voluntad el Padre busca siempre su
bien.
Perfúmense del olor del roble y del tomillo. No lleven los colores de este
mundo ni se embriaguen de sus perfumes. Las caricias de los dedos de Dios en
ustedes son más importantes que todo aquello que brindarles pueda ese mundo
efímero. Caminen con paso firme por el camino de la santidad. Dejen que Cristo
viva en ustedes; entonces vivirán en el corazón del misterio del mundo, en la
fuente de la luz
6-
Su viaje por este mundo es un camino hacia la santidad
Todos los hombres están dotados de dos oídos, pero son pocos los que oyen. Entre
los que oyen son pocos los que comprenden. También, entre los que entienden y
comprenden, muy pocos son los que viven conforme a lo que han entendido. Pocos
son los que avanzan hacia el reino y por la puerta estrecha.
Escuchen, comprendan y den testimonio. Presten oído a la voz del Señor.
Comprendan la verdad y den testimonio de ella. Vívanla. Guarden silencio para
poder oír y para comprender la voz del Señor. Pero procuren entender los ecos de
sus propios pensamientos y no escucharse sino a sí mismos. Despójense de sus
ideas y dejen que los purifique la palabra de Dios, suprimiendo lo que se tiene
que eliminar, y escribiendo de nuevo lo que se tiene que escribir.
El hombre es parte de un todo. Esta parte debe escuchar el todo, como una gota
de agua en el río. La gota no puede ser un río aun si contiene todo lo que
comprende el río. Éste está formado de tantas gotas de agua en que todas siguen
el mismo movimiento. La gota de agua en un conjunto forma un río; pero fuera del
conjunto no es más que una gota. Presten oído a este proceso del universo del
que ustedes hacen parte. Verán que es un peregrinaje hacia el corazón del Padre,
como la corriente del río hacia el mar. No se permitan estar fuera de este
movimiento. La gota de agua que se sale de su curso no podrá nunca desembocar en
el mar.
Escuchen y entiendan la verdad. Déjenla penetrar hasta el fondo del alma. Rompan
todas las capas de cortezas y pulvericen todo el resto en donde el mundo los
envolvió, hasta el punto de ocultarlos y robarlos a la faz de Dios. Sean
humildes y alejen todo pensamiento que les impida escuchar su voz, aun aquella
que hayan concebido y querido. Escuchen con humildad. Que su corazón sea
maleable y libre de mente. Escuchar sin humildad es como el eco que se pierde
por los valles. Por más que sea potente, la montaña se queda montaña, el valle
no deja de ser valle, ni la piedra deja de ser piedra. Escuchen humildemente,
entiendan la verdad con profundidad y den testimonio con sencillez. Escuchen de
tal modo que entiendan y comprendan. Vivan la luz de la verdad que ella los
embriagará. No basta conocer el camino para poder llegar. Hay que caminar por
él. Dios les ha iluminado las páginas; pero ustedes son los que han de leer.
Dios les alumbra el camino, pero son ustedes los que han de caminar por él. El
que trepa, sube a pie; y el que baja, a pie baja; y a donde lleguen, son los
pies los que los llevan. Estén siempre vigilantes y atentos a escuchar.
Examínense a cada instante, cambien su vida y renuévenla. Si escuchan
humildemente, comprenderán la verdad, y ella los hará libres. Libérense de las
cuerdas que los atan. Sus pensamientos, sus propias creencias y sus ilusiones
los encadenan como las coyundas que inmovilizan los barcos en el muelle y los
aseguran, sin permitirles navegar. Dejen que la palabra de Dios los desate y
rompa, una por una, las cuerdas, aunque tengan que sufrir. No se estanquen en
sus ilusiones y en sus pensamientos aunque les den descanso y seguridad. Toda
seguridad es ilusión si no está cimentada en la paz de Cristo; y un engaño el
descanso lejos del corazón de Cristo. No teman zafarse del muelle y partir del
puerto; abandónense en Dios para libertarse de sus cadenas. Es su palabra la que
los orienta, y su espíritu el que infla las velas. Así llegarán a la ribera de
la luz. El destino del barco es atravesar los mares; no para quedarse estancado
en el puerto. Está hecho para navegar lejos, en alta mar. Es menester, pues,
desatar las amarras; una sola cuerda que lo amarre, le impide navegar. Vigilen
sólo las cuerdas que enderezan los mástiles, las cuerdas del amor y de la
comunión con sus hermanos, los hombres. Su viaje por este mundo es un camino
hacia la santidad que es una transformación continua de lo material hacia
aquello que ilumina.
Rece para escuchar; rece para comprender y rece para vivir su fe, practicándola
y dando testimonio de ella. Oren para transformarse en luz. Escuchen orando,
comprendan la verdad amando, y rezando den testimonio de ella. Que toda su vida
sea oración y servicio. Si oran sin servir, reducirán la cruz de Cristo a un
tronco de leña en sus vidas; si sirven sin orar, a los que han servido es a
ustedes mismos. Oren en su alcoba, con su familia, con la comunidad eclesial.
Oren en la intimidad de su alcoba al Señor para salvaguardar su alma, y abran
sus mentes al misterio de Dios. Oren en familia para protegerla y encerrarla en
el corazón de la Augusta Trinidad. Recen con la comunidad eclesial para
preservar su Iglesia y acercarse al reino de Dios. Su oración particular los
meterá en el corazón de Dios; su oración en el seno de la familia los lanzará a
los brazos de la Santa Trinidad; y las de la comunidad los portará al corazón de
la Iglesia y los reafirmará en el cuerpo de Cristo. Oren. El hombre que ora vive
el misterio de la existencia, mientras que el que no ora, apenas si existe.
Ejercítense en el silencio que es una escuela viviente, y no la tranquilidad de
lo inexistente. Ejercítense en el silencio, practiquen la caridad, déjense
fermentar en la santidad. Escuchen para entender. Humíllense para comprender.
Tengan valor y fe para testimoniar. Amen para que se santifiquen.
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